Esto es el principio de un sueño. De mi sueño de libros y libertad. Este Ángel que me sigue, tan terrenal, tan cercano, velará para que se realice. No dejará que me pierda en el marasmo de las cosas sin valor, en la nada de la memoria perdida. Vigilará para que nada me distraiga ni me confunda, para que no abandone ni mis ilusiones de niña, ni mis utopías adolescentes. Esto es el principio de mi sueño y mi futuro.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El edificio Yacobián. Alaa al Aswany.



El autor de este libro es egipcio, de El Cairo, para más señas y así es capaz de retratar la sociedad de esta ciudad. Este dentista metido en lides escritoras, ejerce también como periodista, intelectual, en definitiva una mente inquieta. Ya su padre estaba muy compretido con un cambio de estructura en Egipto y él participa en el movimiento "kafaya" (basta) que aúna intelectuales, progresitas de izquierdas, ONGd's, ... y que piden verdadera democracia para su país.

En verdad el retrato que hace de El Cairo es angustioso. Cuando lo leí tuve una sensación de opresión, de dificultad para respirar, de ambiente viciado, de represión en suma, que me dejó un regusto amargo, amargo. Todo el estudio parte de una comunidad de vecinos en un edificio viejo de El Cairo, con sus relaciones, miserias, trampas para sobevivir, sus vicios, sus mezquindades, sus grandezas.

Me recordó a La Colmena de Cela por la mezcla de personajes, de vidas, de situaciones y porque el ambiente irrespirable era el mismo, salvando las distancias de culturas y problemáticas, pero ese transfondo de gente que no puede vivir, que se limita a llevar su vida como una cadena, como una condena casi, es casi una imagen especular.

Me sorprendió el tratamiento que hace de un personaje que acaba militando en las filas del terrorismo radical islamista. No lo trata mal, no, casi lo comprendes cuando lo lees, casi te parece natural. No es un chiflado y fanático religioso, sólo las cosas van de una en otra hasta que prácticamente el desenlace es natural. También es indulgente, benévolo con una mujer casada con un mártir (¿debería decir otra cosa?), inteligente, culta, aceptando el estado de las cosas, entendiendo su sacrificio. Casi lloré por ella, casi lloré por tod@s.

Tampoco esperaba una sociedad tan poco religiosa. Quizá sea el prejucio de esperar de un país musulmán, el que se pasen el día rezando cara a la Meca, pero en cualquier caso, los personajes de este libro (excepto alguno muy, muy contado) pintan un fresco mucho más laico de lo que esperaba. Hablo de personajes, porque el ambiente sí es religioso, y lo es en el peor sentido de la palabra: opresor, castrador, con todos, con todo.

Aquí va el fragmento de una conversación entre un periodista y su amante (hombre). Me parece enternecedor las dudas del joven y me parece deliciosa la respuesta de su amante.


“Tras hacer el amor se quedaron, como de costumbre, abrazados. La tenue luz de una larga vela bailaba lanzando sombras sobre la pared empapelada. Hatem habló largo rato sobre sus sentimientos hacia Abduh, que permanecía en silencio, mirando al frente, con su rostro repentinamente serio. Hatem le preguntó ansioso:



—¿Qué te ocurre, Abduh? ¿Qué te pasa?


—Tengo miedo, Hatem Bey —dijo Abduh, despacio y con gravedad.


—¿Miedo de qué?


—Del Señor, alabado sea.


—¿Qué dices?


—¡El Señor, alabado sea! Tengo miedo de que nos castigue por lo que hacemos.


Hatem permaneció en silencio y le observó en la oscuridad. Se le hacía extraño. Lo último que esperaba era hablar de religión con su amante.


—¿Qué quieres decir, Abduh?


—Hatem Bey, toda mi vida he sido creyente. En el pueblo me llamaban ‘el Sheij Abduh Rabbuh’. Siempre he elevado mis oraciones en la mezquita, ayuno en Ramadán y en todas las ocasiones que manda la sunna del Profeta. Hasta que te conocí y cambié.


—¿Quieres rezar, Abduh? Reza.


—¿Cómo voy a rezar si me paso la noche bebiendo vino y me acuesto contigo? Siento que Alá está enfadado conmigo y me castigará.


—¿Quieres decir que Dios nos castigará por amarnos?


—El Señor nos ha prohibido este tipo de amor. Es un pecado muy grave. En nuestro pueblo había un imam llamado Sheij Darawi, el Señor lo guarde. Era un hombre piadoso, un santo. Nos decía en el sermón de los viernes: ‘Alejaos de la sodomía, pues es un gran pecado que hace temblar de ira el Trono Celestial’.



Hatem no pudo contenerse. Se levantó de la cama, encendió la luz y prendió un cigarrillo. Su hermoso rostro y la camisa trasparente sobre su cuerpo desnudo le daban la apariencia de una bella mujer enfadada. Lanzó una bocanada de humo y se puso a gritar:


—Abduh, no sé qué hacer contigo. ¿Qué más puedo hacer por ti? Te amo, pienso en ti y siempre intento hacerte feliz y tú, en vez de agradecérmelo, me haces la vida difícil.



Abduh permaneció callado, mirando al techo con el brazo bajo la cabeza. Hatem terminó el cigarro, se sirvió una copa de whisky que se bebió de un trago y se sentó junto a Abduh, diciéndole con calma:


—Escúchame, cariño. El Señor es grande y verdaderamente clemente, nada que ver con lo que dicen los sheijs ignorantes de tu pueblo. Hay mucha gente que reza y ayuna pero que roba y hace daño. A esos castigará Dios. Pero a nosotros, estoy seguro de que Alá nos perdonará porque no hacemos daño a nadie, solamente nos amamos. Abduh, no hagas tu vida miserable. Esta noche es tu cumpleaños y debes estar contento."


No parecen tan terribles depués de todo ¿verdad?

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