Esto es el principio de un sueño. De mi sueño de libros y libertad. Este Ángel que me sigue, tan terrenal, tan cercano, velará para que se realice. No dejará que me pierda en el marasmo de las cosas sin valor, en la nada de la memoria perdida. Vigilará para que nada me distraiga ni me confunda, para que no abandone ni mis ilusiones de niña, ni mis utopías adolescentes. Esto es el principio de mi sueño y mi futuro.

jueves, 11 de marzo de 2010

Tres hombres en una barca. Jerome K. Jerome.


Hoy hablamos de un libro pequeñito de extensión, pero tremendamente divertido. Su autor es Jerome K. Jerome. Es un autor inglés nacido en 1859 (para situarnos, más que nada). Su padre se arruinó y él tuvo que dejar la escuela muy joven, con 14 años. Trabajó en múltiples oficios hasta que consiguió empezar a publicar. También fue un viajero (que no turista) infatigable.

El libro retrata estupendamente el paisaje y el paisanaje de la época. Costumbres, actitudes, lugares, ... Es el relato de un viaje que emprenden tres amigos (y el perro de uno de ellos, Montmorency, importante personaje, aunque creáis que no) por el río Támesis en una barca. Esto provoca toda suerte de situaciones inverosímiles.

Para mi representa uno de los mejores ejemplos del humor británico. Surrealismo puro en personajes absolutamente convencionales. Diálogos absurdos bajo una apariencia de normalidad burguesa, en fin, para no parar de reír de principio a fin.

Os dejo una muestra (no sabéis bien qué trabajo me ha costado decidirme por un fragmento), espero que os guste:

" En mi caso lo que no funcionaba era el hígado. Sabía que el hígado no me funcionaba porque acababa de leer un prospecto de píldoras hepáticas donde se detallaban los diversos síntomas que permiten apercibirse del mal funcionamiento del hígado. Yo los tenía todos. Aunque parezca realmente extraordinario, jamás he leído un prospecto farmacéutico sin llegar inevitablemente a la conclusión de que padezco la enfermedad allí descrita, y en su forma más virulenta. El diagnóstico parece coincidir, sin excepción y exactamente, con todas las sensaciones que he sentido alguna vez en la vida. Recuerdo que un día fui al Museo Británico para leer algo sobre el tratamiento de un ligero achaque que me afectaba... creo que era fiebre del heno. Bajé el libro y leí cuanto tenía que leer; y después, irreflexivamente, lo hojeé descuidado y empecé a estudiar con indolencia las enfermedades en general. No recuerdo cual fue la primera dolencia donde me sumergí. -sin duda algún temible y devastador azote- pero, antes de haber llegado a la mitad de la lista de "síntomas premonitorios", supe sin lugar a dudas que la había contraído. Me quedé unos instantes paralizado de horror. Después, con la indiferencia propia de la desesperación, seguí pasando páginas. Llegué a la fiebre tifoidea, leí los síntomas, descubrí que tenía fiebre tifoidea, que debía tenerla desde hacía meses sin saberlo. Me pregunté que más tendría. Llegué al baile de San Vito; descubrí, como ya esperaba, que también lo tenía. Empecé a interesarme por mi caso y, decidido a investigarlo a fondo, inicié un estudio por orden alfabético. Observé que estaba contrayendo la malaria, cuyo estado crítico sobrevendría en un par de semanas. Constaté aliviado que padecía la enfermedad de Bright sólo en forma benévola y que, en lo que a ello tocaba, me quedaban muchos años de vida. Tenía el cólera, con complicaciones graves, y parece que había nacido con difteria. Recorrí concienzudamente las veintiséis letras para llegar a la conclusión de que la única enfermedad que no padecía era la rodilla de fregona . Esto me irritó en un primer momento. Parecía, en cierto modo, una especie de menosprecio. ¿Por qué no tenía rodilla de fregona? ¿Por qué tan odiosa salvedad? Al rato, sin embargo, se impusieron sentimientos menos egoístas. Recordé que tenía todas las demás enfermedades conocidas por la farmacología, mi egoísmo cedió y decidí arreglármelas sin rodilla de fregona. Parecía que la gota, en su estadio más maligno se había apoderado de mí sin que yo me diera cuenta, y era evidente que sufría zimosis desde la temprana infancia. Después de zimosis no había más enfermedades, por lo que concluí que ya no me ocurría nada más. "

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